Fractura de meseta tibial: qué es y cómo tratarla

Una de las fracturas más complejas que se pueden producir es la fractura de la meseta tibial, es decir, la parte superior de la tibia, que junto con el fémur y la rótula forma la articulación de la rodilla.

Las fracturas de la meseta tibial se producen principalmente por caídas y movimientos relacionados con determinados deportes, como el esquí y el motociclismo, o como consecuencia de accidentes de alta energía.

Dependiendo de la gravedad de la fractura, se puede asociar compromiso de partes blandas, haciendo más complejo el manejo quirúrgico y más severo el pronóstico.

Indicativamente, una fractura de meseta tibial se cura en unos tres meses, durante los cuales el paciente deberá limitar la carga según el tratamiento realizado (conservador sólo en fracturas compuestas y estables, en caso contrario casi siempre quirúrgico).

Fractura de meseta tibial: factores de riesgo

El principal factor de riesgo de una fractura de meseta tibial es la práctica de deportes.

De hecho, es un tipo de fractura que a menudo resulta de lesiones en la rodilla típicas del esquí alpino, la equitación o el ciclismo, pero también comunes a la movilidad en dos ruedas (por ejemplo, ciclomotor).

El síntoma característico de tal fractura es un dolor intenso en la articulación de la rodilla, que se hincha significativamente.

El paciente tampoco podrá poner peso sobre la pierna lesionada.

Cuando la lesión afecta también a las estructuras capsuloligamentosas, el traumatismo es más complejo de tratar y la recuperación funcional posterior es más prolongada.

Las lesiones del ligamento colateral, por ejemplo, son muy comunes, las lesiones del ligamento cruzado anterior menos.

En los últimos años, la tendencia es tratar todas las lesiones simultáneamente, tanto óseas como ligamentosas capsulares, para las que pueden requerirse habilidades ultraespecializadas.

Fractura de meseta tibial: ¿para qué sirve la cirugía?

Para evaluar la fractura de la meseta tibial, el paciente se someterá a una serie de pruebas instrumentales, que incluyen radiografía de rodilla, tomografía computarizada con reconstrucción 3D y, en algunos casos, resonancia magnética.

Dado que se trata de una fractura articular, la primera prioridad es reconstruir meticulosamente el plano del cartílago.

La elección de utilizar una técnica percutánea/mini-invasiva con ayuda de artroscopia, o una técnica abierta clásica con visualización directa de la meseta tibial, depende del tipo de fractura.

La fractura debe en todo caso reducirse anatómicamente, buscando una síntesis estable, de modo que la articulación pueda movilizarse inmediatamente y el paciente pueda recibir una carga protegida inmediata.

Después de la cirugía: rehabilitación de fisioterapia

Una vez superado el periodo de convalecencia, el paciente irá aumentando progresivamente la carga sobre la rodilla fracturada, comenzando en torno a los 20 kg, es decir el peso de la extremidad, y aumentando según las indicaciones del especialista, que dependerán de las exploraciones de seguimiento. y el estado del paciente.

Después de la cirugía, sigue un período de rehabilitación de fisioterapia que se realizará mediante ejercicios en el gimnasio y en el hogar, así como mediante gimnasia acuática.

En las primeras etapas se recomienda el uso de un dispositivo de movilización pasiva continua de la rodilla (Kinetec), que permite una recuperación controlada del rango articular de la rodilla.

Si el paciente practica deporte, puede retomarlo a los 4-6 meses de la cirugía.

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Fuente:

Humanitas

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