Dolor crónico: definición, síntomas, diagnóstico y tratamiento

Hablemos del dolor crónico. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP, 1979) define el dolor como una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con daño tisular real o potencial, o descrita en términos de

Como se desprende de la definición de la IASP, el dolor es producto de dos componentes, el componente perceptivo (o nocicepción) que permite la recepción y transporte al SNC de estímulos potencialmente dañinos para el organismo y el componente experiencial (totalmente privado y subjetivo) que es el estado psíquico relacionado con la percepción de una sensación dolorosa.

En este segundo componente entran en juego factores emocionales, cognitivos, socioculturales y conductuales que determinarán la reacción muy específica del individuo ante la propia experiencia dolorosa.

El dolor crónico se define como “dolor que persiste más tiempo que el curso natural de curación que está asociado con un tipo particular de lesión o enfermedad” (Bonica, 1953).

Mientras que el dolor agudo se considera un síntoma de una enfermedad subyacente, el dolor crónico tiene características tales que puede definirse como una enfermedad en sí misma.

En la experiencia médica, el dolor crónico representa una de las manifestaciones más importantes de la enfermedad; además, entre los síntomas, es el que más tiende a mermar la calidad de vida.

Su gestión incorrecta o completamente ausente genera consecuencias físicas, psicológicas y sociales muy importantes y, si contamos los días de trabajo perdidos, conlleva un impacto económico importante.

Si a estas consideraciones añadimos el hecho de que el dolor más invalidante, el crónico, afecta a cerca del 25-30% de la población, entendemos cómo la asistencia de este aspecto clínico es una auténtica prioridad para nuestro sistema sanitario .

Las principales causas del dolor crónico son enfermedades como los tumores, en cuyo caso hablamos de dolor oncológico, enfermedades reumáticas como la fibromialgia, artritis reumatoide, artrosis, lesiones nerviosas y daños musculares que no logran una curación completa.

Comúnmente se distinguen dos tipos de dolor crónico según la ubicación del daño:

  • Dolor nociceptivo, cuando está relacionado con daño tisular (por ejemplo, osteoartritis)
  • Dolor neurohepático, cuando se asocia con disfunción del sistema nervioso central (por ejemplo, neuralgia)

Esta distinción es importante a efectos terapéuticos, ya que los fármacos utilizados para el dolor nociceptivo, como los AINE, no son efectivos para el dolor neuropático, para el que pueden estar indicados fármacos antidepresivos o antiepilépticos como la gabapentina.

El dolor tiene una función fundamental para la supervivencia tanto en humanos como en animales, ya que actúa como señal de alarma respecto a la necesidad de actuar (lucha/huida) tras una agresión o daño a la integridad física.

Los nociceptores están presentes en todos los organismos vivos no vegetales y son los encargados de señalar la presencia de estímulos dolorosos, por lo que son esenciales para la supervivencia.

Cuando el dolor se vuelve crónico, se pierde su función biológica como señal de alarma útil para la supervivencia y se convierte en causa de sufrimiento.

Tratamiento del dolor crónico

Aunque actualmente se dispone de numerosos enfoques para el tratamiento de diferentes formas de dolor crónico, parece que los analgésicos más potentes actualmente disponibles no reducen el dolor en más del 30-40% en no más del 50% de los pacientes (Turk, 2002).

En consecuencia, los enfoques psicológicos complementarios que pueden ayudar a los pacientes con dolor crónico a relacionarse con el dolor de una manera más adaptativa y flexible parecen más necesarios que nunca.

Esta necesidad aparece particularmente importante si se considera en el contexto de la evidencia científica reciente que sugiere que la relación que tiene un sujeto con la sintomatología dolorosa influye en la intensidad y limitaciones relacionadas con el propio dolor.

Hay varias evidencias de la eficacia de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), una forma reciente de terapia cognitiva conductual, en el tratamiento del dolor crónico (McCracken et. al., 2005).

Vowles & Sorrell (2007) crearon un protocolo ACT grupal para el tratamiento del dolor crónico estructurado en 8 sesiones, cuyo objetivo es enseñar diferentes habilidades que tienen como objetivo cambiar la relación que las personas tienen con su dolor, dándoles la oportunidad de empezar a vivir. una vida digna, acorde con lo que realmente les importa.

Las habilidades que se enseñan son las habilidades de atención plena, aceptación y defusión.

La atención plena es la capacidad de prestar atención de una manera particular: intencionalmente, en el momento presente y sin juzgar (Kabat-Zinn, 1994).

Es decir, se trata de dirigir voluntariamente la atención a lo que sucede en el cuerpo y alrededor de uno, momento tras momento, escuchando más atentamente la propia experiencia y observándola tal como es, sin evaluarla ni criticarla.

La defusión es uno de los componentes centrales del ACT.

Aprender a desligarse de los propios pensamientos significa aprender a distanciarse de ellos, dejando de tratarlos como verdades absolutas o como guía de nuestras conductas.

Las técnicas de defusión no sirven para eliminar o controlar el dolor, sino para estar presentes en el aquí y ahora, de una forma más amplia y flexible.

La idea es aprender a mirar tu dolor, en lugar de ver el mundo a través de él.

Aprender a relacionarse de manera más flexible, disponible y tolerante con el propio dolor significa eliminar esa parte del sufrimiento psíquico derivado de la lucha continua con la propia experiencia dolorosa, y por tanto poder beneficiarse de una mejora significativa en términos de calidad de vida.

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IPSICO

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