Leucemia, una visión general

La leucemia es un cáncer de la sangre que se origina por la proliferación descontrolada de las células que la componen

Afecta con frecuencia a las células madre, es decir, a las células inmaduras que, al diferenciarse, generan glóbulos blancos, glóbulos rojos y plaquetas.

Las células madre sanguíneas se encuentran en la médula ósea de los huesos planos (pelvis, cráneo, esternón, costillas, vértebras y escápulas) y huesos largos (fémur y húmero).

Las células madre pueden diferenciarse en dos progenitores comunes diferentes: mieloides o linfoides.

Fisiológicamente, las células de linaje mieloide crean Las células blancas de la sangre (excepto linfocitos), glóbulos rojos y plaquetas, mientras que las células de linaje linfoide se transforman en linfocitos.

En algunos casos puede ocurrir que una célula madre interrumpa antes el proceso de maduración y comience a replicarse sin control.

Cuando esto sucede, las copias de la célula original invaden la sangre, los ganglios linfáticos, el bazo y el hígado, lo que provoca leucemia.

Leucemia: ¿que es?

La leucemia es un tumor (neoplasia) que afecta a las células sanguíneas, afectando los tejidos hematopoyéticos del organismo, en particular la médula ósea y el sistema linfático.

El término leucemia deriva de la unión de dos palabras griegas: “leukos”, que significa “blanco” y “aima”, que significa “sangre”.

“Sangre blanca” indica la característica de la mayoría de las leucemias que provocan una alteración de los leucocitos (glóbulos blancos).

Según el tipo de células implicadas y las características clínicas, las leucemias se pueden clasificar en mieloides, linfoides, agudas o crónicas.

Identificar con exactitud la célula de la que se origina la leucemia es fundamental para establecer una correcta terapia y establecer el pronóstico.

Leucemia: clasificación y tipos

Existen varios tipos de leucemia, clasificados según el tipo de células que intervienen en el proceso tumoral, pero también según el curso de la enfermedad, los síntomas y la maduración que alcanzan las células leucémicas.

Si tenemos en cuenta la tendencia clínica encontramos una subdivisión en leucemia aguda, que suele tener un pronóstico severo y un curso rápido, y leucemia crónica, en la que el curso es progresivo y lento, controlable mediante tratamiento farmacológico.

Se puede hacer otra distinción teniendo en cuenta las células de las que se origina el tumor.

Cuando la enfermedad afecta a los linfocitos o células de la estirpe linfoide, se denomina leucemia linfoide o linfática.

Si la mutación maligna involucra eritrocitos, otros leucocitos o plaquetas, es en presencia de leucemia mieloide.

Por lo tanto, hay cuatro tipos principales de leucemia: linfocítica aguda (o linfoblástica), mieloide aguda, linfocítica crónica y mieloide crónica.

Leucemia aguda

La leucemia aguda es una enfermedad que progresa rápidamente y los síntomas aparecen temprano.

Las células inmaduras se acumulan en la sangre periférica y la médula ósea.

Este último ya no es capaz de producir los otros leucocitos, plaquetas y eritrocitos.

Los pacientes con leucemia aguda sangran, son susceptibles a infecciones, desarrollan anemia e infiltración de órganos.

La leucemia aguda puede ser mieloide o linfoblástica.

Leucemia mieloide aguda (o AML): las células leucémicas se derivan de líneas de células mieloides y se expanden en la médula ósea, causando una alteración en la proliferación de células hematopoyéticas normales. El resultado es una producción alterada de glóbulos rojos (anemia), granulocitos (neutropenia) y plaquetas (trombocitopenia). Los blastos invaden la sangre periférica, alcanzando los órganos.

Leucemia linfoide aguda (o LLA linfoblástica): se caracteriza por un trastorno neoplásico clonal de alta agresividad, que se origina a partir de precursores linfopoyéticos en los ganglios linfáticos, la médula ósea y el timo. Hablamos de linfoblástica cuando la célula afectada está poco diferenciada. El 80% de las leucemias linfoblásticas agudas son proliferaciones de la cadena B, el 20% derivan de la afectación de los precursores de la cadena T.

Leucemia crónica

La leucemia crónica tiene un curso lento y relativamente estable en el tiempo, a diferencia de la forma aguda.

La patología se caracteriza por la acumulación progresiva de células maduras y parcialmente todavía funcionales en la sangre periférica y la médula ósea.

La proliferación en las formas crónicas es mucho menos rápida, pero se vuelve más agresiva con el tiempo, lo que lleva a un aumento progresivo de clones neoplásicos en el torrente sanguíneo y al empeoramiento de los síntomas.

La mayoría de los pacientes con leucemia crónica son asintomáticos, en otros casos la enfermedad cursa con fiebre, pérdida de peso, infecciones frecuentes, malestar general, trombosis, linfadenopatía y trombosis.

La leucemia crónica puede ser mieloide o linfoblástica

Leucemia mieloide crónica (o LMC): se origina por la transformación de la célula madre pluripotente, que sin embargo sigue teniendo la capacidad de diferenciarse. La leucemia mieloide crónica se caracteriza por la proliferación y acumulación de células granulocíticas maduras en el área de la médula ósea. El trastorno generalmente se desarrolla y progresa lentamente, durante años o meses. Es el tipo más raro de leucemia y afecta principalmente a adultos.

Leucemia linfocítica crónica (o LLC): Esta es una proliferación monoclonal de linfocitos pequeños (B) que circulan en la médula ósea, sangre periférica, bazo e hígado. Esta forma de leucemia es la de mayor incidencia en los países occidentales y afecta principalmente a personas mayores de 50 años.

Leucemia: síntomas

Los síntomas de la leucemia están relacionados con el tipo.

La leucemia crónica, por ejemplo, a menudo no presenta síntomas, particularmente en las primeras etapas porque las células leucémicas interfieren con otras células hasta cierto punto.

En la leucemia aguda, por otro lado, los síntomas comienzan temprano y empeoran rápidamente.

Pueden presentarse diferentes síntomas dependiendo de la ubicación de las células leucémicas.

Por ejemplo, dolor de cabeza, cansancio, sudores nocturnos, fiebre, fatiga, dolor de huesos y articulaciones, palidez, pérdida de peso, ganglios linfáticos o bazo agrandados, tendencia al sangrado y desarrollo de infecciones.

En algunos casos, las células leucémicas pueden llegar al sistema nervioso oa órganos como el estómago, los pulmones, los riñones y los intestinos, provocando el mal funcionamiento de los órganos afectados.

Leucemia: causas y prevención

Las causas de la leucemia todavía se están estudiando hoy y no se han identificado con certeza.

Por este motivo no es posible indicar estrategias de prevención válidas.

¿Cómo se diagnostica la leucemia?

Durante el examen médico se evaluará cualquier aumento de tamaño del hígado, bazo o ganglios linfáticos, así como la presencia de signos sugestivos como palidez o sangrado.

Se puede obtener información útil de los análisis de sangre, específicamente del hemograma y de los indicadores de la función hepática y renal.

Entre los signos más importantes de la leucemia se encuentra, de hecho, un número alterado de glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas en comparación con la norma.

Habitualmente, además de la toma de muestras de sangre, se realiza un “frotis” que permite observar las células al microscopio.

Esta prueba es muy útil para diagnosticar la enfermedad, ya que las células cancerosas tienen un aspecto diferente al de las normales.

También se requiere una biopsia ósea y, por lo general, una punción lumbar para un diagnóstico completo.

La biopsia ósea implica tomar la médula ósea que luego se analizará bajo un microscopio para evaluar la presencia de células leucémicas.

La punción espinal se caracteriza por la extracción de líquido cefalorraquídeo, que se encuentra en los espacios que rodean el cerebro y espinal cable.

La aspiración se realiza con una aguja que se inserta entre dos vértebras lumbares.

De esta forma es posible evaluar si la enfermedad ha llegado al sistema nervioso.

Además de estos controles, es recomendable la realización de ecografías, TAC y radiografías para evaluar cualquier afectación orgánica de la patología.

Leucemia: tratamiento y terapias

El tratamiento de la leucemia está relacionado con el estadio de la enfermedad y si es crónica o aguda.

La edad del paciente y el momento en que se realiza el diagnóstico también influyen en la posibilidad de tratamiento.

El tratamiento de la leucemia hace uso de la combinación de diferentes terapias.

En la mayoría de los casos, la quimioterapia se utiliza con la administración de uno o más fármacos por vía intravenosa o por vía oral.

Entre las terapias más modernas se encuentran aquellas que estimulan el sistema inmunológico del paciente para que reconozca y destruya las células leucémicas.

Otros enfoques incluyen el uso de interferón, que ralentiza la proliferación de células cancerosas y, más recientemente, el uso de anticuerpos monoclonales que se dirigen a las células cancerosas, facilitando su destrucción por parte del sistema inmunitario.

Una cura eficaz la representa el trasplante de células madre hematopoyéticas que permite sustituir las células enfermas, eliminadas con altas dosis de radioterapia o quimioterapia, por otras sanas de un donante compatible.

Por lo general, el donante es un miembro de la familia, pero también puede ser un extraño.

Este abordaje permite, en algunos casos, curar de forma permanente la patología, especialmente en pacientes más jóvenes y en aquellos que ya no responden a otros tratamientos.

Leucemia: evolución de la enfermedad

El estadio de la leucemia está vinculado a varios factores y cada forma de la enfermedad se clasifica con criterios y parámetros específicos.

Algunas leucemias tienen una evolución no agresiva, otras, en cambio, muestran síntomas muy evidentes e incapacitantes de manera temprana.

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