Rectocele: ¿qué es?

El término 'rectocele' hace referencia a la herniación de la pared anterior del último trayecto del intestino -el recto, que desemboca en el esfínter anal- en la pared posterior de la vagina, debido a un debilitamiento de los músculos del suelo pélvico.

El suelo pélvico es el conjunto de músculos, ligamentos y tejido conjuntivo que se encuentran en la parte inferior de la cavidad abdominal, en la zona pélvica.

Esta estructura es esencial para sostener y mantener órganos como la uretra, la vejiga, el recto y, en las mujeres, el útero en la posición anatómica correcta.

Si hay un debilitamiento del suelo pélvico, o un desgarro en el mismo, el suelo pélvico ya no puede ofrecer su soporte natural, lo que provoca molestias tanto físicas como, en consecuencia, psicológicas.

El rectocele es una condición que puede ocurrir en mujeres de cualquier edad, aunque -epidemiológicamente hablando- las más susceptibles de desarrollar esta condición son las mujeres entre 40 y 60 años, después del parto y después de la menopausia.

Dependiendo de la gravedad, el rectocele se puede clasificar de la siguiente manera

  • Rectocele grado I – leve: solo una pequeña porción del recto invade el espacio vaginal.
  • Rectocele grado II – moderado: gran parte del recto invade el espacio vaginal.
  • Rectocele de grado III: grave: el recto sobresale de la abertura vaginal debido a una falta total de soporte del piso pélvico.

¿Cuáles son las causas y los factores de riesgo del rectocele?

Como se mencionó anteriormente, el rectocele es una condición causada principalmente por el debilitamiento del piso pélvico, pero ¿qué causa este debilitamiento?

En las mujeres jóvenes, el rectocele puede ser desencadenado por el parto acompañado de diversas complicaciones: trabajo de parto muy largo, uso de fórceps, episiotomías extensas, dificultad para expulsar el feto, especialmente cuando el feto es grande.

Las causas ajenas al parto, que pueden afectar a cualquier mujer independientemente de su edad, incluyen el estreñimiento crónico y la consiguiente dificultad para expulsar las heces, la obesidad y una histerectomía previa.

Todos estos factores contribuyen, por diversas razones, a un debilitamiento progresivo de la pelvis, cuyos músculos, ligamentos y tejido conjuntivo se lesionan y posibilitan el prolapso del recto hacia el canal vaginal.

En vista de esto, se puede decir que los factores de riesgo para el rectocele son

  • Un alto número de partos vaginales. Cada parto vaginal contribuye al debilitamiento progresivo -hasta el desgarro en los casos más severos- del suelo pélvico. Por lo tanto, se ha observado que las mujeres que se han sometido a una cesárea tienen menos probabilidades de desarrollar rectocele que las mujeres que se han sometido a un parto vaginal.
  • A medida que las mujeres envejecen, producen menos hormonas de estrógeno al entrar en un período muy delicado de sus vidas: la menopausia. La disminución de las hormonas estrógenos es un factor de riesgo, ya que su carencia debilita el tono del suelo pélvico, exponiendo a las mujeres a un mayor riesgo de desarrollar rectocele.
  • La cirugía, incluso la cirugía recurrente, en los órganos pélvicos puede afectar el tono del piso pélvico.
  • El genético es un factor de riesgo que no debe subestimarse: algunas mujeres sufren alteraciones en la estructura del colágeno -un grupo de trastornos llamados colagenopatías- que son congénitas. Una menor presencia de colágeno puede dar lugar a una mayor laxitud de los tejidos, en especial los de la pelvis, que serán más propensos a alteraciones y roturas, favoreciendo la aparición de rectocele.

Rectocele: los síntomas

Cuando el rectocele es de intensidad leve, es decir, cuando solo una pequeña porción del recto invade el espacio vaginal, la patología suele ser asintomática: no hay problemas ni signos evidentes que hagan sospechar a la paciente la presencia de un rectocele.

Cuando el rectocele es moderado o severo, es decir, cuando una parte sustancial del recto invade el espacio vaginal, la paciente suele quejarse de una sensación de estorbo a nivel vaginal y, en prueba objetiva, una protrusión más o menos evidente del recto. el recto de la abertura vaginal será detectable.

La paciente también puede quejarse de dificultad para defecar y sensación de intestino obstruido, sensación de presión en el recto, dolor durante las relaciones sexuales o sangrado vaginal.

Diagnóstico de rectocele

Este tipo de sintomatología, tan íntima y delicada, puede retrasar la comunicación con el especialista que, por el contrario, debe ser oportuna. La paciente debe sentirse libre de comunicarle sus síntomas y dificultades de manera clara y transparente para evitar que la condición desatendida empeore.

Muchas mujeres tienden a descuidar la afección y recurren a "curas caseras", como el uso inmoderado de laxantes o enemas para promover la evacuación difícil o la evacuación manual.

Este comportamiento debe evitarse mediante una cuidadosa campaña de sensibilización y apoyo a la paciente, que debe poder confiar en su referencia profesional.

El diagnóstico de rectocele es posible mediante la exploración rectal y vaginal y la prueba pélvica: el especialista medirá la extensión del prolapso para analizar su gravedad.

Sin embargo, esto no es suficiente, será necesaria una prueba especializada -la defecografía- para investigar la presencia de otras patologías relacionadas en la vejiga, la vagina y el intestino delgado.

Otra prueba frecuentemente requerida en casos de rectocele es la resonancia magnética-defecografía.

Con los datos arrojados por la observación objetiva y las pruebas especializadas, será posible realizar un diagnóstico adecuado y, en consecuencia, proporcionar al paciente el curso de tratamiento correcto.

Rectocele: la terapia más adecuada

La terapia adecuada para tratar el rectocele se formula de acuerdo con la gravedad con la que se presenta la patología y la posible concomitancia de otras condiciones médicas que afecten a los órganos circundantes, como el cistocele o el prolapso uterino.

El rectocele leve, como se mencionó, a menudo es asintomático y el paciente descubre su presencia después de las pruebas realizadas por otras razones.

No obstante, aunque sea leve, será necesario que el ginecólogo proponga ciertas 'contramedidas' a la paciente, que son necesarias para evitar que la situación clínica empeore: ejercicios de Kegel para fortalecer el tono de los músculos pélvicos y adelgazar en el caso de la obesidad o el sobrepeso.

En algunos casos, si la terapia se sigue de forma continua y escrupulosa, el problema puede resolverse sin necesidad de una mayor intervención quirúrgica o farmacológica.

El rectocele medio a severo, por otro lado, se presenta con un conjunto significativo de síntomas.

Para evitar el tratamiento quirúrgico, el médico puede proponer dos terapias diferentes: el uso de pesarios y la terapia hormonal basada en estrógenos.

La terapia hormonal con estrógenos contrarresta el debilitamiento fisiológico de los músculos pélvicos debido a la reducción del estímulo estrogénico producido por la menopausia: los músculos del suelo pélvico recuperarán parte de su tono perdido, reduciendo el prolapso del recto hacia la vagina.

El pesario es un anillo de goma o plástico semirrígido que, una vez insertado horizontalmente en la vagina, sirve para bloquear físicamente el prolapso a través de los músculos pélvicos.

Estas terapias, sin embargo, son temporales y pueden usarse por un tiempo limitado mientras se espera que el paciente alcance la condición física ideal para someterse a la cirugía.

La cirugía para resolver el rectocele eliminará el problema de forma permanente, reduciendo los síntomas tanto vaginales como intestinales.

La operación consiste en devolver el recto a su posición fisiológica, brindándole el soporte adecuado para evitar el riesgo de recurrencia.

Rectocele: cómo prevenir su formación

No existe un "método" universal para prevenir el rectocele.

Los ginecólogos recomiendan revisiones anuales y, si la edad o las condiciones biológicas no son favorables, ejercicios de Kegel constantes, prevenir el estreñimiento crónico, evitar levantar pesas de forma incorrecta, tratar la tos crónica y mantener un peso saludable.

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